Desde siempre, el ser y sentirse navarro,
llevaba en su ADN estar a favor de los fueros, de las Javieradas, de los
encierros, de Osasuna.
Osasuna representaba lo de casa, lo
cercano, era la ilusión de niños, de jóvenes y de no tan jóvenes.
Siempre fuimos un equipo modesto, desde
la época de aquel campo de San Juan, que muchos aún recordamos. Se cuidaba la
cantera, para que los chicos de la tierra fuesen el alma del equipo, y así
asegurarnos que se dejasen la piel en el campo. Y así fuimos sobreviviendo sin
demasiada técnica, pero con suficiente garra frente a equipos más grandes, más
técnicos y con muchos más recursos económicos.
La decencia y la aceptación de las reglas
jamás se ponían en cuestión e incluso se llevaba con orgullo ser simplemente
una sociedad deportiva, no anónima, con aquel Presidente Ezcurra, tachado de
tacaño por algunos, a la cabeza.
Pero llegaron los tiempos de presidentes
como Miranda, Izco y Archanco… que también cayeron en la tentación de
convertirse en emperadores. No bastaba con vender a las promesas que
despuntaban; no había dinero bastante para intentar competir en un fútbol
desmadrado. Se subieron las fichas de jugadores, sin dinero para hacerles
frente, y se aprendió a dar patadas a la deuda, convertida en una bola cada vez
más grande.
Después de una dudosa dación en pago a la
Hacienda Foral, para enjuagar el agujero negro de los 44 millones, ahora nos
enteramos que se utilizaron 2,4 millones de euros en intentar comprar partidos,
con el objetivo de mantener a Osasuna en primera división, para que los del
palco continuasen con la mamandurria, eso sí foral.
Estamos desolados, es una vergüenza
inimaginable el haber llegado a romper las reglas del juego. Donde antes teníamos
orgullo, hoy sentimos vergüenza ¡mucha vergüenza!
¿Qué será lo próximo?
Como dijo la tonadillera: Irsen, si me
queréis irsen.
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