Cuenta el Antiguo Testamento, que el Señor, indicó a Josué,
acampado a las puertas de la amurallada ciudad de Jericó, que todos sus hombres
deberían dar una vuelta a la ciudad formando un círculo durante 6 días. El
séptimo día, esa vuelta debería darse acompañados de los sacerdotes, que harían
sonar sus trompetas, y del pueblo, que daría fuertes gritos de guerra. Así, la
muralla de la ciudad caería sobre sí misma y el pueblo se lanzaría al asalto,
siendo segura la victoria.
El poder absoluto que se irradiaba, en épocas mucho más
cercanas, desde las sedes de Carlos III, hizo que algunos dioses buscaran un
protagonismo financiero muy por encima de sus posibilidades. Lo que estaba
llamado a ser una caja de provincias, discreta, conservadora, y motor económico
de esta tierra, enloqueció por arte de algunos que acabaron instalándola en un
mundo irreal. Lo que se hizo mal se visualiza con la apertura de una oficina en
Pennsylvania Avenue, a dos bloques del Banco Mundial, a uno del Fondo Monetario
Internacional y a escasos metros de la Casa Blanca.
La jugada inicialmente les salió bien, porque en casa
seguían recibiendo alabanzas, reverencias, aplausos y vítores, quizá apoyadas
–si no compradas- mediante viajes vip, subvenciones, dietas, créditos y
préstamos. Sin embargo, por ahí fuera,
no se escuchaba lo mismo. Y aquí dentro, apareció un pequeño grupo rebelde
entre Navarra Confidencial, los que los mismos dioses denominaron Guerrilla
Digital Anónima y el aguerrido y atípico Santiago Cervera, por entonces líder
del Partido Popular de Navarra.
Pero llegó la crisis, y la política keynesiana de incentivar
el consumo no funcionó más que para dejarnos 3.000 millones de deuda, un
circuito de velocidad vacío y un palacio de deportes sin vergüenza para
inaugurar. El imperio se desmoronó como un castillo de naipes y comenzaron a
aparecer noticias increíbles, que nadie, en esta tierra podía imaginar: mala
calificación sobre su solvencia, extrañísimos compañeros de viaje, judíos
neoyorkinos cazados a lazo para contrarrestar las malas noticias…
Santiago sabía que para dar un zarpazo electoral, el tema de
la Caja era esencial. Otros le copiaron, repito, le copiaron, después. Repito:
después. Santiago, con sus cosas buenas y sus cosas mejorables, dejó de ser un
político del montón y con una valentía inédita, una accesibilidad virtual
total, y su propia vehemencia personal, buscó información y denunció las
andanzas de unos cuantos. Exigió claridad en las tierras forales. Sus demandas
de luz sobre la Caja, sus denuncias del atropello de las dietas, sueldos y
otras ostentaciones, extrapolables a la práctica totalidad las Cajas de Ahorro
de este país, dirigidas por políticos inexpertos en las lides financieras de
todos los partidos, eran un riesgo cierto para un verso suelto que no se
caracterizaba por estar al abrigo de ninguna capillita popular.
Criticado en privado por los suyos y alabado en público por
sus dotes de comunicación (era de los pocos que se atrevían con la SER y con ElPaís);
muñeco de vudú para Barcina y Cospedal; enemigos propios y ajenos en la política navarra
(Sanz, Goñi, Asiain, Villanueva, algún Diario); republicano declarado en un
partido en que eso suena a izquierdoso… Los cuervos se arremolinaban en torno a
él.
Mariano Rajoy decidió nombrar a la socióloga Ana Mato, con
un Jaguar en el garaje, Ministra de Sanidad. El médico y ex consejero de
Sanidad, Cervera fue enviado a un puesto segundón en el Legislativo, con tiempo
libre suficiente para seguir siendo “la mosca cojonera” foral.
Y alguien, en ese momento debió leer el libro de Josué, y
descubrió que si Dios quiere, las murallas de Jericó caerían. Y los dioses, en
minúscula, quisieron. Y la muralla se abrió por una rendija.
Y unos cuantos, se lo aseguro, murieron esa mañana.
Pasado mañana, día 15 de diciembre, próximo lunes, a las 12:30 en la Sala 302 de los Juzgados, Enrique Goñi está citado y debe acudir como denunciado por causa penal, que, entre otras, incluye una detención ilegal (163.1 y 172 CP y otros agravantes) y una vulneración del 17.1 CE.
ResponderEliminarSi se sienta un precedente judicial en Pamplona, considerando sólo falta una detención ilegal de particulares en la vía pública, esto será una guerra callejera de detenciones ilegales y autodefensa de derechos fundamentales que la justicia no defiende. Si la justicia no defiende uno de los derechos fundamentales (17.1 CE), los ciudadanos de bien lo defenderán, vía judicial o con autodefensa incluida.
Si la justicia navarra -al contrario que el TC y el TS, múltiples SSTC y SSTS- no considera delito, sino falta, la violación del derecho fundamental 17.1 CE, concerniente a la libertad deambulatoria, la guerrilla callejera será permitida en Pamplona.