viernes, 29 de mayo de 2015

Javieradas

Terminada la Guerra Civil, en 1940, un grupo de jóvenes navarros, en torno a la Hermandad de los Caballeros de la Cruz, si, esos que siguen celebrando Misas cada 19 de mes en la capilla-catacumba de los Caídos para gran pasmo de nuestros parlamentarios comecuras, decidió peregrinar hasta Javier para pedir por los muertos y por los vivos.

Javier fue un hombre universal. Sin fronteras. El mundo se le quedó pequeño. Y por eso llevó su Fe, nuestra Fe, hasta donde nadie antes había llegado.

Leeremos estos días en los medios de siempre aquello de "la Iglesia Católica quiere arrogarse el mérito de esa convocatoria cuando la inmensa mayoría de los que van sólo buscan hacer algo de deporte". Pues no. Nadie se mete en el cuerpo 50 kilómetros sobre asfalto, ni 25, sólo por hacer deporte. Para eso subimos la Peña de Unzué o la Mesa de los Tres Reyes.

Hay que ir y verlo: verán banderas de España con el Corazón de Jesús, cientos de cruces de madera de muchas parroquias de Navarra y de fuera de Navarra, seminaristas orientales que estudian donde el Opus, grupos de amigos y familias enteras rezando el rosario, personas descalzas cumpliendo promesas o purgando culpas. Todos descubriendo que la vida es un camino.

Este año, más que ninguno hay que ir a Javier. Primero porque se cumplen 75 años de esta tradición tan Navarra. Y segundo porque necesitamos el silencio de esa caminata. Unos necesitarán silencio para rezar por nuestros hermanos cristianos perseguidos en el Medio Oriente; otros necesitarán silencio para pedir perdón por tantas inmoralidades que han cometido y que nos han llevado a jugarnos Navarra a cara o cruz en los próximos meses; otros necesitarán  silencio para que  dejemos de mirarnos el ombligo, de pensar en nuestra parcelita, en nuestro charco, de mirar a los demás por encima del hombro y decidir, como hizo Javier querer sumarse a un proyecto grande, a un proyecto ilusionante, a un proyecto que trascienda nuestras fronteras.


Peregrinen, peregrinen, que algo queda.

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